Lo más importante
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Advertencia de contenido: Prostitución, relaciones tóxicas, enfermedades mentales. Los temas delicados que se tratan en esta historia están pensados como crítica y punto de partida para una reflexión, en ningún momento se trata de hacer apología de ellos ni deben ser tomados como ejemplos de comportamiento.
Lo más importante
Percatarse de la ausencia de un recuerdo es, le explico, casi imposible. Una premisa absurda y falaz, como esperar que alguien que sueña fuese capaz de despertar a voluntad; o como pedir a un ojo que se mire a sí mismo. Puede que fuera de Sagan esa idea, la del ojo incapaz de verse a sí mismo, o puede que me equivoque. En cualquier caso, es casi imposible, pero no del todo. Por eso quizás te parezca que soy muy cabezón, le cuento, intentando explicarme más que justificarme, pero es que siempre hay técnicas.
¿Cómo se puede ver un ojo a sí mismo? En un espejo. El espejo son los demás y la técnica la comparación.
Siempre que volvía a la casa me quitaba las botas en la entrada para no dejar huellas ni ensuciar el interior. Danna me enseñó a limpiarlas concienzudamente, arañando todos los recovecos de las suelas con las cerdas de un cepillo. Era parte de la rutina. Yo era, sin duda, el que más salidas hacía. Nunca le di al barro más importancia de la que tenía. Un incordio, simplemente. Hasta que un día me dirigía a casa de una clienta. Llevaba, como siempre, su dirección escrita en un pedazo de papel. Siempre lo guardaba en el puño cerrado, bien apretado. Al llegar a su portal, que estaba decorado con plantas de todo tipo, muchas que no había visto nunca, se me escapó y cayó al suelo. No era un edificio de muchas plantas con puerta de cristal, como la mayoría por la zona. Era una casa independiente, pequeña, con una entrada discreta pero que escondía un gusto exquisito tras el umbral. Creo que me agaché a observar unas flores blancas y diminutas y, en ese momento, por un despiste, relajé la mano y dejé caer el trozo de papel en el que llevaba anotada la dirección. Cuando fui a recogerlo del suelo, resbalé, y por un acto reflejo me intenté agarrar a una de las paredes. Un desastre, de pronto lo vi todo lleno de barro, todo lleno de manchas grisáceas y marrones, las hojas, los tallos, los azulejos de las paredes. Me estaba quitando las botas y oí a la mujer riendo. Estaba al final del hall, apareciendo tras una cortina que hacía las veces de puerta.
Se reía, divertida, como una niña, aunque era una mujer hecha y derecha. Por una parte me tranquilizó, y me reí también. Pedí perdón, por supuesto. Me dijo: ¿de veras es eso lo que te preocupa? Anda, ven aquí.
Me levanté y me vi reflejado en la pared pulida, en un hueco que quedaba a la vista entre la vegetación. ¿Qué veía? Un hombre fuerte, ancho, robusto, y descalzo sobre una mancha de fango. Pero a ella no parecía importarle, ni sorprenderle. Me ayudó a quitarme la ropa allí mismo antes de conducirme a su dormitorio.
—¿Y cuál es el problema con todo eso? De verdad, Efrayim, necesito, necesitas, ir al grano.
Sí, sí, necesito ir a lo concreto. ¿Qué es lo que me hace sentir mal? Todo, no lo sé definir. Pero si te cuento todo esto puede que me aclare las ideas.
—¿Fue en ese momento cuanto te obsesionaste con el barro?
No, no, no. No me obsesioné con nada. Caí en la cuenta de que había algo extraño. A la clienta le dio igual, incluso le pareció gracioso. Siempre que volvía a la casa, Danna miraba mis botas para asegurarse de que no quedara ni rastro. No me lo decía, lo hacía a mis espaldas, pero yo me daba cuenta. Alguna vez la encontré revisándolas y quitando alguna mota de tierra que a mí se me hubiese pasado por alto. Aunque Danna es muy amable y nunca me regañaba por eso. Pero yo sé que le preocupaba. ¿Qué es lo raro ahí? Tampoco sé describirlo con exactitud. Pero me parece que a mis compañeros no les ocurría. También es verdad que yo era el que el que más clientas atraía y el que más salidas hacía. Ellos solían recibirlas en la propia casa. Supongo que en mí confiaba más. Sin duda, el número uno. Me tenían envidia.
—¿Y qué tiene que ver eso con el barro?
Con el barro, nada. Tiene que ver con los besos de Danna. Con lo que me cuidaba y se preocupaba por mí. Con la envidia.
—Deberías alejarte de esa Danna. ¿Cómo puedes decir que se preocupa por ti?
Me da alojamiento, comida y trabajo.
Y lo que me importa ahora no es eso, es mi memoria. Con eso es con lo que necesito ayuda, ¿no lo ves?
Conocí a alguien que tenía una enfermedad crónica en el sistema digestivo. Cuando el doctor le preguntaba si tenía diarrea, él decía que no. Eso complicó el diagnóstico. Sí la tenía, pero como nunca, que él recordara, había hecho caca con otra consistencia, no sabía que no era normal.
Pues lo mismo.
Vivo con tres hombres más. Danna viene de vez en cuando. A decir verdad, pasa casi todo el día en nuestra ala, pero en nuestras habitaciones entra raramente. Yo soy callado, no me gusta mucho hablar, y a uno de los chicos tampoco. Digo chico porque es el más joven. Los otros son mayores, se parecen más a mí, pero hablan sin parar. Hablan de todo, de coches, dinero, qué comidas se van a zampar, el frío, cuánto tiempo les queda en la casa, cuando jugaban en los árboles de pequeños y uno de ellos se rozó toda la rodilla y fue dejando un reguero de sangre hasta que su madre se lo limpió con alcohol y él gritaba a rabiar y todos los vecinos se acercaron a ver qué pasaba, durante tres semanas tuvo una costra que luego se fue resquebrajando hasta dejar ver una piel nueva, rosada e hipersensible.
¿No lo ves?
Esos recuerdos tan vívidos. Tanto detalle. ¿Cómo iba a saber que me faltaban si nunca los he tenido? Mejor aún que eso que te dije del ojo, piensa lo siguiente. ¿Cómo sabe un sordo que es sordo? Seguramente pensaría que los demás hacen cosas estúpidas con la boca. Que, además de para comer, la mueven por diversión, o qué sé yo. Hasta que caiga en la cuenta de que algo le falta.
—Esa Danna es peligrosa, Efrayim. No deberías estar hablando conmigo sino con la policía.
No creo que sea peligrosa. Poco después de eso me dio una habitación para mí solo. Entonces me visitaba más. De cuando en cuando aparecía por la noche, casi siempre por la noche, y se metía en mi cama, Me acariciaba y dejaba resbalar sus manos húmedas por mi piel, por toda mi piel y me besaba. Nada que ver con las clientas. Con ellas me convierto, porque es mi deber, en una roca firme, con ella soy blando y suave. Me gusta. Me besa y su lengua llega tan adentro que la siento en el paladar. Eso sí es una caricia. Se me acelera el pulso, sudo, y sus manos se deslizan por mi espalda húmeda, resbaladiza, como si fuera…
—¿Barro?
¡No! Ya estamos otra vez.
Me armé de valor para hablar con el chico joven. Hablar, me refiero, a conversar, historias personales. ¿Qué hacías antes de estar aquí? Vivía en la calle, por Perlová, antes de que se llenara de bares, cuando era un barrio peligroso de verdad. ¿Tenías padres? Como todo el mundo, ¿no? No todo el mundo, yo no tengo. Dirás que no los conoces. No estoy seguro, juraría que no tengo. Estás fatal, colega. Sonrío. Ríe y me da una colleja. Lo entiendo como un juego y le doy otra. Supongo que son las cosas que hacen los chicos jóvenes. Ríe mucho, eso me gusta.
He leído mucho. He leído a Dick, sus cuarenta y tres novelas. También a Lem, pero de él no he logrado aprender mucho, todo sea dicho. Dick sí me ha inspirado algunas teorías, pero me da miedo contarlas. Vergüenza, más que miedo. Aunque miedo también, para qué mentir, nunca se sabe quién puede estar detrás de una conspiración.
Estuve muchos días pensando. Quizás Danna me notaba más triste, o cabizbajo y por eso pasaba más tiempo conmigo y me mandaba a menos encargos.
¿Alguna vez te ha ocurrido que al despertar de una pesadilla tardas unos segundos en comprender dónde estás? Normalmente, no tardas unos segundos en comprender quién eres, porque normalmente en la pesadilla eres el mismo que fuera de ella, y no hay nada que comprender. Pero si fuera así… ¿entiendes lo que se sentiría? Abres los ojos y ves unas paredes, el color de unas cortinas, unos patrones de luz y sombra que son familiares; y esa familiaridad se va expandiendo, como una ola, al resto del universo hasta solidificarse. El convencimiento de que vives en la pesadilla se transforma gradualmente en duda, la duda se inclina hacia la realidad de la vigilia y finalmente desaparece. Estás conectado de nuevo a esta realidad.
Quita el de nuevo.
Porque, ¿quién te asegura que es de nuevo y no por primera vez?
Quizá había leído demasiado a Heisenberg, demasiado. Pero cuando hablaba con el chico joven sobre madres, tirones de orejas, panes robados y mosquitos me parecía que ese pasado se formaba tal cual, en el momento. Como si nunca hubiera existido porque nunca hubiera pensado en él. Y ahora que dirigía mi mente a él, en pasado, el pasado se formaba. Pero, ¿cómo podría estar seguro de que ya estaba ahí antes?
Tengo un tatuaje, sólo uno. Un sol que sonríe, unas gotas de lluvia y unas filigranas que parecen raíces o astas de reno. Lo tengo en el hombro. Me lo hice borracho, pero recuerdo la aguja. No me dolió. Al lavarme vi que se estaba difuminando poco a poco. Pensé… ¿y si tengo un microchip implantado? No digo ahí, en el tatuaje, podría ser en cualquier sitio.
Te aseguro que no me lo invento, por eso me niego a las pastillas, yo lo agradezco, sé que me quieres ayudar, le digo, pero no es cuestión de medicación. Lo que necesito es despejar mis dudas, no ignorar que las tengo. Que sí, que si no tuviera dudas no necesitaría resolverlas. Pero me parece que eso es hacer trampa.
Pensé en todos los lugares en que podría tener algo implantado que controlara mi cabeza, ya sea borrando, escribiendo o modificando… lo que sea. Me hurgué en la nariz, las orejas. Claro que sangré, pero eso no es lo que importa. Danna me besaba habitualmente ahí, en todos los recovecos de mi cuerpo. Encontré algo.
Pero no estaba muy seguro, así que una mañana, luminosa, que no estaban los dos hombres en la casa, pedí al chico joven un favor. A los otros no se los podría haber pedido, pero como él se parece un poco a mí, pensé que me entendería. Necesito, le pedí, que inspecciones mi trasero. ¿Qué? Creo que puedo tener algo ahí. ¿Qué burrada has hecho? Nada. Y era verdad, no había hecho ninguna burrada, pero Danna alguna vez, de forma ocasional, había metido algún dedo por ahí cuando jugaba con mi cuerpo. Resbaladizo y sudoroso. No, no me entendió; el chico joven creyó que era algún juego o perversión, pero lo hizo igualmente. Ningún microchip. Solo una diminuta semilla incrustada. Blanca, afilada. Ahora que la veía, recordaba que había notado el pinchazo en mi interior, igual que recordaba un pinchazo en el oído. Estaba empezando a sentir un picor por todo el cuerpo, empezando en el ombligo y pasando, según me arrancaba diminutas semillas, al espacio bajo las uñas, los huecos entre las muelas, los pliegues de los párpados…
Necesitaba una ducha, el agua me alivia el picor y suavizaba mi piel agrietada. Danna iba a volver pronto, seguro. Echaba de menos sus besos, eso sí me relajaría.
Los otros dos hombres mayores desaparecieron. No, no es que se desvanecieran por arte de magia. Se marcharon. Oí una discusión, fuerte, con Danna, golpes, gritos, más golpes, de cuerpos y de objetos, nunca más los vi. Vinieron otros en su lugar. Pero parecían iguales a ellos, de ese tipo que hablan mucho, ríen y golpean, no parecidos a mí.
Si la tecnología es indistinguible de la magia, eso es de Clarke, debemos estar tranquilos porque siempre hay una explicación para todo. Creo que una explicación siempre es mejor que ninguna explicación, aunque sé que no todo el mundo estará de acuerdo conmigo.
En algunos momentos pienso que el problema no está en mí sino en los demás.
—Créeme, Efrayim, te veo con mucha claridad. En ningún momento dudo de ti. Eso ya lo hemos hablado muchas veces, y lo sabes. No avanzamos. ¿Quieres buscar culpables o quieres buscar soluciones?
Ya, ya. Pero, ¿y si fuera así? De Clarke quizá no haya aprendido mucho, pero de Dick sí, oh, sí, mucho. ¿Y si el problema es que lo que yo soy está oculto a todos los demás?
—¿Me estás diciendo que tú eres una especie de ser extrahumano y algún campo de distorsión de la realidad impide que el resto de mundo nos demos cuenta?
Sé que suena absurdo. Navaja de Ockham, obviamente, pero ¿quién me asegura que no? Se lo intento explicar. ¿Cómo se ve un ojo a sí mismo? En un espejo. Eso sería una cuestión de brujería. Creo, doctor, que aquí hay un asunto de brujería. Quien dice brujería, dice química, física, farmacología, radiocomunicaciones, exobiología, cualquier palabra que quieras poner. Por eso tengo tanto interés en estudiar, porque las opciones son tantas, y tan complicadas.
La cara del doctor no me gusta nada. Con lo que me ha costado confiar en ti, le digo. Con lo que me ha costado confiar en él. También es que soy tonto. Si fuese cierto que el doctor y todo el mundo está bajo un embrujo que impide que vean lo que yo veo, si le digo que veo lo que veo sólo voy a conseguir que escuche que veo cosas que no existen. Obvio. Doctor, ¿usted ve el barro? ¿ve mis huellas?
No las ve, o no las quiere ver.
Y yo quiero ver a Danna, y no la quiero ver.
No la quiero ver en realidad, quiero uno de sus besos que penetran y agujerean mi paladar.
La mujer de las flores.
Cuando se me escapó el pedazo de papel en el que llevaba apuntada su dirección me mareé. Estaba confuso. Quizás por eso perdí el equilibrio. Ella fue muy amable, y yo con ella. Mi cuerpo se endureció y mi miembro se comportó como un menhir. Luego me dolía, pero eso es normal, ya me acostumbré al dolor hace mucho.
Ella me dio un otro pedazo de papel con su dirección, doctor, por eso vine. En realidad, no fue mi idea.
—Efrayim, dime una cosa.
Qué cosa. No paras de decirme que diga cosas.
—¿Quieres volver a la casa?
Quiero. No quiero. Quiero. Qué se yo. No me dejes volver. ¿Puedes borrar ese lugar de mi memoria? Seguro que sí, doctor, si se pueden recuperar recuerdos que parecían enterrados como las ruinas de una antigua ciudad, seguro que se también pueden quemar los que se resisten a irse. ¿La medicina aún no ha logrado eso? Así no podría volver, aunque el ansia por la lengua de Danna me llamase. Si no la recordase…
Me va a explotar la cabeza y de pronto lo veo todo manchado de ocre, sudoroso y brillante, tierra húmeda sobre la silla en que me siento, gotas de fango en el picaporte de la puerta, cayendo sobre la moqueta, el rastro de mis huellas, un camino desde la casa hasta aquí dibujado en el suelo, pisada tras pisada. ¿Es que no lo ves?
Lo importante, Efrayim, céntrate en lo importante. Qué más da lo demás.
—¿Culpables o soluciones?
Quizá no sea tan malo olvidar hasta el punto de que no saber que has olvidado algo. Debe ser algo parecido a morir, pero sin morir. O a dormir. Sin los punzantes besos de Danna, ¿qué voy a hacer? Recorro mi paladar con mi propia lengua, como si fuera la suya, y en la hendidura del centro solo quedan unas gotas de su saliva. Mi cuerpo está reseco y la absorberá pronto, como la lluvia en el desierto. La pregunta es: después, ¿qué? Lo más importante es: a partir de ahora, ¿qué voy a hacer?
FIN