La sostenibilidad de la alimentación en la exploración espacial.
En el podcast Droids & Druids se ha dedicado un programa a hablar de la comida en la ciencia ficción y fantasía. Como parte del programa de intercambio entre podcasts bautizado como Becas Ursula , dos miembros de La Horda Podcast fuimos invitado a colaborar y preparé un pequeño ensayo sobre la alimentación en la ciencia ficción espacial. Como hablar en público no se me da demasiado bien, he querido aprovechar los datos que recopilé para compartirnos en este artículo.
Nota: Mis conocimientos de biología y química son muy escasos, así que perdonad si meto la pata en algún momento.
Para analizar este tema me voy a basar en dos obras de ciencia ficción dura: “The Martian” de Andy Weir y “Marte Rojo” de Kim Stanley Robinson, porque ambas tratan de mantener el realismo lo máximo posible.
¿Y por qué hago hincapié en la sostenibilidad? Porque es uno de los retos a los que creemos que nos enfrentaremos en el futuro. En realidad, actualmente ya supone una dificultad para las misiones espaciales. Me alejo un momento de la ficción y nos quedamos en la vida real: el mejor ejemplo lo tenemos en la estación espacial internacional, que recibe continuamente (cada pocos meses) suministros. Depende por completo de la Tierra y de los envíos que se realicen desde aquí, que son caros, complicados y arriesgados.
Si extrapolamos al futuro, a una hipotética colonización de otro cuerpo celeste lejano, donde no tengamos una estación espacial con un tráfico continuo de carga, es donde entra en juego la ciencia ficción. Algo que me fascina de esto es que muchas veces los escritores no tienen una carrera profesional científica pero consiguen resolver problemas (o al menos, dar ideas) antes de que se produzcan. Si no, que se lo digan a Asimov y sus leyes de la robótica o a Verne .
En un viaje largo, pongamos a Marte, hay que ir cargado con todo lo que se vaya a necesitar. Y más, por si acaso. Ese es el caso de The Martian . En ese libro la tripulación tiene planes de quedarse unas semanas en el planeta y volver, por lo que todo es cuestión de hacer una buena previsión de las necesidades de la tripulación y cargar con ellas.
Las dificultades también parecen fáciles de identificar: 1) la comida pesa y 2) la comida se echa a perder. Para lo primero hay que encontrar un punto medio, un compromiso entre transportar provisiones de sobra y minimizar el coste económico.
Sin embargo, el segundo punto impone unas limitaciones más duras. Se puede aprovisionar de alimentos muy duraderos (deshidratados, conservas…), pero siempre va a haber una fecha a partir de la cual serían inservibles. Aunque pudiéramos transportar una cantidad ilimitada de peso, llegaría un momento en que esos alimentos serían inútiles.
Esto no es muy diferente a la exploración marítima en los siglos XV y XVI, donde la alimentación en los barcos era un problema. No había puntos donde repostar ni podías llevar una carga infinita porque pesa, ocupa lugar y se degrada. Era un riesgo conocido y asumido. Como se produjera algún retraso o complicación en el viaje, adiós tripulación. En una nave espacial la situación es la misma. El espacio es nuestro nuevo océano.
Creo que no hago ningún spoiler si cuento que en The Martian uno de los tripulantes se queda varado en Marte y se las arregla para sobrevivir consiguiendo algo de agua y de alimentos. Aunque tampoco nos podemos poner quisquillosos con la técnica, creo que está muy bien resuelto y es una solución inteligente.
No voy a desvelar mucho sobre la trama pero al menos contaré la clave: El protagonista cultiva patatas, todo un reto a las leyes de la termodinámica .
Vamos a parar un momento. Si fuera posible cultivar (patatas, lechugas, algas, lo que sea) en una nave espacial, ¿por qué no habíamos empezado por ahí? Si pudiéramos tener una fuente inagotable de alimentos…
Lamentablemente no es tan sencillo y el protagonista Mark Watney lo sabe muy bien. Las plantas también necesitan alimentarse y para ello hay que proporcionarles… ejem… abono. Mark usa sus propios desechos orgánicos (💩) con ese fin. La trampa está en que para que Mark pueda producir tal abono, antes ha necesitado comer. Simplificando en extremo la situación, está creando una cadena alimentaria cíclica pero con fecha de caducidad, pues la energía aprovechable será menor en cada ciclo.
Es el mismo motivo por el que nunca es buena idea beber agua de mar si te estás deshidratando. El organismo usa el agua para eliminar el exceso sal y otras sustancias, así que para expulsar la sal que has ingerido, necesitarás aún más agua y se agravaría la deshidratación.
¿Y este ciclo de la vida no es similar al que se da en la Tierra? A grandes rasgos sí, pero incluso a una gran escala como es nuestro planeta, también encontramos esa degradación. Hay trampas, claro. La primera es que la Tierra recibe un aporte continuo de energía externa, como es la luz solar, que las plantas usan como ayuda para sintetizar moléculas. La segunda trampa es que el ciclo de la vida en la Tierra tampoco parece que sea infinito. Tremendamente duradero sí, sin duda, pero la entropía es implacable.
El ciclo de la vida
El autor ofrece unos cálculos bastante realistas sobre qué cantidad de patatas puede cultivar en cada iteración del ciclo y el astronauta es completamente consciente de que debe planificar con precisión su estrategia. Si las plantas se alimentan de sus propios desechos, entonces… ¿él se está alimentando de sus propios desechos? Aunque suene muy escatológico, la respuesta rápida es sí. Con un pero, por supuesto. Sí, pero la planta de la patata filtra y procesa las moléculas aprovechables. Si ese filtrado lo tuviera que hacer el organismo del humano, emplearía más energía de la que podría obtener. Sin embargo, la planta está diseñada y optimizada (por la evolución, ¡por supuesto!) para extraer ciertas moléculas de ciertos medios, mientras que nuestro intestino está optimizado para otras tareas.
Como he anotado antes, no soy experto como para decir si las cuentas son correctas, pero al menos el concepto parece verosímil. En cualquier caso, algo que me parece muy destacable de esta novela es cómo pone de relevancia que las necesidades nutritivas de los astronautas limita y determina la viabilidad de las misiones.
Técnicamente a día de hoy se podría haber lanzado ya una nave generacional al espacio, a la aventura, como las Voyager que llevan casi 40 años de viaje. Si pasamos por alto el aburrimiento y demás dificultades salvables, una de las pocas razones para que no vaya un humano es que moriría de inanición o deshidratación. Si consiguiéramos mantener a los tripulantes sanos durante años, ¿habría voluntarios?
En la trilogía de Marte (Rojo, Azul, Verde) subimos un poco el nivel de dificultad. Ahí estamos mandando a 100 personas a Marte para quedarse a vivir para siempre. Es un libro de ci-fi muy muy dura, que aporta cifras y datos por todos lados, con una atención obsesiva al detalle, que especifica hasta de dónde sacan la arena para fabricar ladrillos de distinto color.
Aquí el autor tiene que inventarse un sistema de alimentación que sea sostenible, que no dependa de un cargamento de la tierra. Lo soluciona creando un ecosistema en la nave. Embarcan animales, plantas y mucha agua. Además de alimentos ya preparados, por supuesto (que en realidad es lo más eficiente), van listos para poder mantener un ciclo vital permanente.
Todos tenemos la noción de que el ciclo de la vida consiste en que la materia se va reutilizando y pasando de unos seres a otros: plantas, animales herbívoros, carnívoros, los desechos y los animales muertos también sirven de alimento a las plantas y volvemos al inicio.
Este sistema funciona dentro de la Ares, porque ya viene “configurado” y “equilibrado” desde la Tierra, y también parece funcionar una vez establecen una colonia. Sin embargo, hay un detallito importante; y es que mantenerlo de forma indefinida es tremendamente complejo.
Cuando en Marte ya se ha establecido una colonia razonablemente funcional y estable, los animales se tienen que reproducir para que los humanos los puedan consumir, pero es que los animales también tienen que alimentarse, y al final llegamos a que hace falta una cantidad enorme de vegetales (y agua). La trama del libro está repartida en muchísimos hilos y “retos” a resolver, pero uno de esos retos, que pone en peligro la supervivencia, es precisamente que al final parece que es necesario transformar el entorno (TERRAFORMAR) para que este ciclo sea sostenible. O consiguen que alguna planta se pueda cultivar allí en grandes superficies… o todo se acabará colapsando.
Saliéndome un poco del tema, esto tiene mucho que ver con las teorías de James Lovelock, que formuló la hipótesis Gaia , que invito a que busquéis algo sobre ella. La clave del pensamiento de Lovelock es que todas las formas de vida (grandes, pequeñas, animal, vegetal) evolucionan en conjunto y coordinadamente, entre ellas y también con el entorno, la atmósfera, suelto, etc.
En el libro también se habla de técnicas de manipulación genética para conseguir que plantas, algas y microorganismos puedan arraigar en Marte y hay un debate muy interesante con posturas a favor y en contra de la terraformación.
Por criticar algo de este libro, durante la primera parte sí habla bastante sobre el tema de la alimentación, pero me parece que se soluciona de forma demasiado fácil y me habría gustado ver más complicaciones, porque seguro que en la vida real lo habría. Los conflictos que narra son principalmente políticos y económicos, pero me parece que en la práctica habría dificultades logísticas en cuanto al transporte, fabricación, distribución, salubridad… sobre las que no profundiza mucho. Por supuesto, es lo digo en calidad de listillo creyéndome saber más que el autor; y no podemos olvidar que la obra es extensísima y tampoco puede convertirse en una enciclopedia, es una novela a fin de cuentas.
Para terminar, haré dos menciones rápidas o otras historias que llevan más lejos la especulación. Una del mismo autor, Kim Stanley Robinson : 2312 , donde se introduce el concepto de Terrario . Se trata de hábitats creados artificialmente en el interior de asteroides, imitando bosques, selvas u otros entornos terráqueos. Estos terrarios sirven como centros productores de alimentos y también como medio de transporte. Al aprovechar asteroides rocosos soluciona varios problemas de un plumazo: el tamaño reducido hace que el control sea más sencillo que a escala planetaria, la propia pared de roca actúa como aislante ante la radiación y (lo que me parece más interesante) ofrecería una manera de viajar larguísimas distancias de manera sostenible. A fin de cuentas, es un híbrido entre nave espacial y “planeta artificial”. La tecnología para conseguir algo así está todavía muy lejos, pero desde luego sería menos arriesgado que terraformar un planeta completo.
Otro relato que tiene en cuenta las dificultades es Paraísos Perdidos de Ursula K. Le Guin. No quiero contar nada de la trama, solamente que presenta una nave generacional en la que absolutamente todo se aprovecha para mantener el ciclo vital de los tripulantes. Cualquier partícula de polvo, humedad, fibras, cabellos, migajas… se recicla. El problema que planeaba más arriba, que los nutrientes (y energía) aprovechables acaban sufriendo degradación, se resuelve con un reciclaje extremo. De esa forma, la nave consigue ser completamente autónoma. Los átomos que forman todo el sistema (personas, alimentos, estructuras, mobiliario…) son siempre los mismos y pueden ir cambiando de posición, pero nunca aumentar. El precio a pagar es que la población debe mantenerse estable. Si generación tras generación el número de individuos aumentase, los recursos disponibles siempre serían los mismos y conduciría al colapso.
Enlaces interesantes:
Comida en la estación espacial internacional:
Equilibrio termondinámico de ecosistemas:
Entropía y la cadena alimentaria:
Producción de comida en Marte: